RHS. Revista. Humanismo. Soc. 13(2), e6/1-20 jul.- dic. 2025 / ISSNe 2339-4196
Artículo de investigación científica y tecnológica
La comprensión del fenómeno de la muerte en la perspectiva del estudiante universitario:
un indicador a partir de cuatro instituciones de educación superior1
Understanding the Phenomenon of Death from University Students’ Perspective:
An Indicator from Four Higher Education Institutions
Fernando Antonio Zapata2
fernando.zapata@uniremington.edu.co
https://orcid.org/0000-0002-4225-6384
Luis Fernando Sánchez S.3
luis.sanchez@usbmed.edu.co
http://orcid.org/0000-0001-5610-0690
Nicolás Alberto Alzate Mejía3
nicolas.alzate@usbmed.edu.co
http://orcid.org/0000-0002-9146-0517
https://doi.org/10.22209/rhs.v13n2a06
Recibido: febrero 28 de 2025.
Aceptado: septiembre 7 de 2025.
Para citar: Zapata, F. A., Sánchez S., L. F., & Alzate Mejía, N. A. (2025). La comprensión del fenómeno de la muerte en la perspectiva del estudiante universitario: un indicador a partir de cuatro instituciones
de educación superior. RHS-Revista Humanismo y Sociedad, 13(2), 1-20. https://doi.org/10.22209/rhs.v13n2a06
Resumen
El objetivo de esta investigación es realizar una hermenéutica en torno a la comprensión del fenómeno de la muerte en el mundo contemporáneo y secularizado por parte del joven universitario. Se sigue el método hermenéutico, no obstante, se construyó un instrumento de recopilación de información a partir de 50 enunciados distribuidos entre selección múltiple y falso-verdadero, dicho indicador se construyó gracias a la participación de estudiantes de la Universidad de San Buenaventura, Corporación Universitaria Lasallista, Corporación Universitaria Remington y Universidad Católica de Oriente. Los resultados señalan que, los estudiantes universitarios, en su mayoría, aceptan la muerte lúcida y valientemente. No dan mucho sentido al acompañamiento en rituales fúnebres y aducen que las creencias religiosas ayudan a superar el miedo a la muerte. También, se detectó una valoración positiva de la vida. Desde la perspectiva teológica, resurrección y reencarnación aparecen como parte de sus creencias, la experiencia cristiana de la fe en la resurrección es percibida por los estudiantes, pero no se le da gran importancia; perciben la muerte no como algo horrible, sino como algo significativo, dador de sentido a la vida, entre otros. Como conclusión, la investigación reafirma la importancia de continuar precisando el fenómeno de la muerte como un acto existencial con sentido y fundamento trascendente, que permite retomar la vida con valor y significado.
Palabras clave: muerte, finitud, trascendencia, religiones, antropología, existencia, persona, estudiantes universitarios.
Abstract
The objective of this study is to conduct a hermeneutic analysis of how young university students in today’s contemporary, secularized world understand the phenomenon of death. While the research follows a hermeneutic approach, its authors also developed a data collection instrument consisting of 50 statements with multiple-choice and true-false answer options. Answers were gathered from students at Universidad de San Buenaventura, Corporación Universitaria Lasallista, Corporación Universitaria Remington, and Universidad Católica de Oriente. The findings indicate that the majority of students approach death with clarity and courage. They place little importance to accompaniment at funeral rites and affirm that religious beliefs help alleviate the fear of death. The data also reflect a generally positive assessment of life. From a theological perspective, resurrection and reincarnation appear among student’s beliefs. For example, although they recognize the Christian experience of faith in the resurrection, they do not consider it central. Overall, students do not perceive death as something dreadful, but rather as one
of the significant elements that give meaning to life. In conclusion, the study underscores the importance of continuing to conceptualize the phenomenon of death as a meaningful existential act with a transcendent foundation—one that enables individuals to embrace life with courage and purpose.
Keywords: Death, Finitude, Transcendence, Religions, Anthropology, Existence, Person, University students.
Introducción
La conciencia en torno a la muerte con sus connotaciones antropológicas, sociales y culturales hace parte de los universales existenciales de todo ser humano; en especial, en los días de pandemia, en los cuales la muerte se paseaba bien campante por los ámbitos de las diversas sociedades y culturas. Esta realidad ha urgido la necesidad y pertinencia de un acercamiento analítico y hermenéutico, al tópico de la muerte, en pos de una aproximación estadística dentro de la población universitaria a partir de una muestra representativa.
La muerte, la gran señora, como la describe Hipócrates (s.f); la muerte, aquella cuyo temor debe evitar “ya que este implicaría la pérdida del placer y la inclemente disminución de opciones para obtener la vida feliz”, según Epicuro (s.f., citado en Mejía Buitrago, 2012, p. 1); la muerte, un amanecer, como lo señala Kübler Ross (2011); o como lo expresa Borges (s.f), la vida se va viviendo, hasta encontrarse con la muerte.
Desde otras perspectivas, la muerte es una polaridad existencial, que hace surgir la pregunta: ¿cómo se comporta el inconsciente frente al problema de la muerte? Así mismo, hace sospechar aquello de que el inconsciente no ejecuta el asesinato, pero sí lo piensa y lo desea (Freud, citado en Goez González, 2017).
La muerte es el final de la vida, según Heidegger (1972); mientras que para Francisco de Asís (citado en Spoto, 2007) es su hermana. Estas y otras cosmovisiones espiritual-trascendentes, conforman la temática que ocupa dicho estudio pues hace parte de las preocupaciones existenciales fundamentales, básicas en todo ser humano, junto al sentido de vida, la libertad, la elección, la soledad y el aislamiento (Yalom, 2009).
Algunos hablan de la muerte lúcida, según Bonilla (2011) esta se conoce como un conjunto de experiencias cercanas a la muerte (ECM), experiencias tenidas por personas que ya van a morir o clínicamente muertas, en estas se vive una intensa sensación de conciencia y algunas veces de estar fuera de la conciencia. El primer reporte de ECM en niños se debió a Morse (1983) al publicar el caso de una niña de siete años de edad que tuvo la experiencia cuando se estaba ahogando, mientras era atendida, la niña describió su viaje a través de un túnel oscuro que se iluminó cuando apareció una mujer bella quien fue su compañera en su viaje al cielo.
Sutherland (1995) observa que estas experiencias son intensas y llenas de significado. Esta autora cuenta la historia de Daniel, quien nació con severos defectos físicos y a sus 14 años, se sometió a muchas cirugías durante las cuales tuvo varias ECM. “Daniel confesó: yo sé que puedo morir en cualquier momento, por lo que trato de vivir cada día. Les diría a las personas que están muriendo que no tengan miedo” (p. 77).
Cabe anotar que una mirada natural y tranquila de la muerte desde la aceptación no llevará necesariamente a una persona, a querer morirse, ni a suicidarse, mucho menos a atentar contra sí mismo, solo le permitirá ver la vida sin tal velo descubriendo su sentido (Rojas, 2020).
Fundados en lo anterior, se propone entonces la siguiente pregunta: ¿cómo comprende el joven universitario el fenómeno de la muerte en el mundo contemporáneo y secularizado?
Inicialmente, los investigadores identificaron la necesidad de precisar el concepto “muerte” ante una serie de sinónimos que fueron apareciendo en las diferentes socializaciones realizadas en torno al tema; se precisaron cuatro categorías: la categoría existencial en perspectiva psicológica y filosófica, la teológica-religiosa, la antropológica y la mirada popular presentada por los sujetos-objeto de estudio.
Se hizo necesaria, además la precisión de términos como “finitud”, el cual se ha manejado de acuerdo con intereses interdisciplinarios. Al respecto, el constructo finitud evoca la cualidad de finalización que poseen las cosas existentes, indicando que la materia y su existencia están propensas a difuminarse; por tanto, lo que alguna vez tuvo la capacidad de ser y de existir, en el presente ya no es ni existe. El presente desmiente la presencia de la existencia de algo que existió. A este fenómeno se le denomina finitud.
En segunda instancia, la finitud como dimensión fenomenológica es el punto terminal de un ente, un individuo que, habiendo sido situado en un espacio y en un tiempo determinado, termina siendo habitado, delimitado y apropiado por su propia existencia. En otras palabras, la existencia de las cosas o los fenómenos existenciales están ubicados en un espacio-tiempo habitado por lo existente; por tanto, estas dos dimensiones (espacio-tiempo), hacen el fenómeno finito, abarcable, aprehensible.
Sin embargo, lo habitado no es solo lo que está ocupando un tiempo-espacio, sino que lo habitado se entiende como una forma de habitar (morar) el presente continuo haciéndose infinito. Esto significa que, para el ser humano, habitar la vida (morar en la vida) con hábitos (cualidades-virtudes) es la oportunidad de permanecer en un presente continuo sin que su dimensión finita se difumine. Esta apreciación abriría las puertas para comprender que lo finito también puede trascender desde su dimensión finita o su finitud hacia lo infinito.
De esta última concepción puede inferirse que, el ser humano como un ser en finitud, está en condiciones de descubrir que, habitar en el mundo y en su microcosmos, le permite construir su proyecto de vida en un constante acto hermenéutico; es decir que, a pesar de ser y poseer una biología, ella siempre está cambiando y renaciendo; muere una etapa y comienza la otra; lo mismo ocurre con sus pensamientos, mientras mueren unos aparecen otros, termina una idea y surge otra; igualmente sucede con sus emociones y acciones; esto podría asumirse como un finito que trasciende en la continuidad o en el presente continuo.
Cabe resaltar los aportes de Tillich (1973), quien habla de la angustia del sino y de la muerte, a las que llama angustia óntica, Tillich, se refiere a la conciencia de la finitud temporal que acompaña al ser humano. Así mismo, a la angustia de la vaciedad y del absurdo que hacen parte, según Tillich, del ámbito espiritual. Respecto a la angustia, Tillich, comenta:
En esta conciencia de finitud también podemos diferenciar dos elementos de angustia: por un lado, la angustia de la muerte, que hace referencia a la conciencia de la “pérdida del yo que implica la extinción biológica” (Tillich, 1973, p. 45); por otro, la angustia del sino, que se refiere a “la conciencia del ser finito d que es contingente en todo respecto, de no tener ninguna necesidad última” (Tillich, 1973, p. 47). La primera implica el saberse como ser mortal, la segunda hace referencia a ese descubrimiento de lo fortuito y accidental de la propia existencia.
Morin (1994), entre algunos antropólogos especializados en el tema de la muerte, presenta su libro titulado El hombre y la muerte, allí expone algunas ideas sobre los testimonios de finitud-muerte en las culturas, incluyendo su famoso modelo de la complejidad, el cual integra una antroposociobiológica, para explicar el fenómeno de la muerte en el sujeto humano. Esta idea se ha adherido fuertemente en la época posmoderna.
Morin (1994) recomienda que, para entender la muerte, es perentorio comprender primero al ser humano (como hecho antropológico), dado que la antropología es ciencia del fenómeno humano; y como fenomenología, intenta discernir los principios que la constituyen en forma sistémica, además, que el sujeto humano es un ser íntegro e integral; hacedor de una historia, una sociología, una economía, una ecología, una construcción política y una dimensión espiritual. Todas estas dimensiones integradas y sistémicas componen propiamente el ethos antropológico, es decir la cultura humana, la cual está siempre en estado cambiante y transformante. Dicha antropología se hace a través de las múltiples transformaciones, una de las cuales estriba precisamente en el proceso de la muerte.
El ser humano, por tanto, como ser eco-bio-psico-socio-existencial está marcado por la impronta de la muerte. Este es el rasgo más prístino y cultural del ser humano; y si la asume de manera diferente al resto de los seres vivientes, es precisamente porque es importante para entenderse a sí mismo y para comprender la vida misma. En otras palabras, si el hombre se enfrasca en actitudes y creencias hasta comprender el tema de la muerte, puede ser debido a la apreciación de la vida y al sentido que va construyendo de esta en su cotidianidad (Frankl, 1987). En este sentido, vale la pena recordar: “los escritos consolatorios de Séneca desde una mirada existencial que entenderá la vida como ‘un espacio de despliegue del sujeto, de expresión, experiencia y contacto comprehensivo con la realidad’” (Linares Huertas, p. 1026).
Autores de corte psicológico como Frankl (1988) y Rogers (1989) tienden a afirmar que el ser humano es un ser que existe e integra una totalidad, en la cual vida-muerte hacen parte de esa totalidad sistémica. Este es un momento que vive el pensamiento humano con respecto a la interpretación del binomio vida-muerte, dicho momento diagnostica que definitivamente las angustias se convierten en una especie de neurosis de muerte, ante la dificultad de regresar a un mundo de esperanza y salvación. Decían algunos psicólogos que toda neurosis es simplemente un deseo de regresión que, prácticamente se hace imposible y es por ello que aparecen los desequilibrios en la personalidad humana.
Por tanto, subsistirán la angustia, el instinto tanático y el sinsentido humano. Otros dirán que, precisamente la angustia es aquel estado de conciencia difusa en las relaciones actuales; por ello, las diferentes neurosis provenientes de situaciones desesperantes y desesperanzadoras hacen neurótico y patológico al mismo ser humano, invitándolo a retornar a aquellos estados infantiles que caracterizan a aquellas personalidades desequilibradas; por lo que se da algo similar a lo que sucede con la neurosis de muerte.
En las religiones se ha sostenido que, ante el fenómeno de la muerte, es necesario intentar otorgar sentido de trascendencia a la propia muerte. Esto significa que las religiones muchas veces están para otorgar posibilidades de creer en un más allá, para aquellos que creen en la dimensión trascendente; por tanto, para que ese más allá sea entendible, las religiones le conceden un local, un lugar o una situación física-existencial, a la que se le darán diferentes nombres según la creencia profesada. En este sentido, el Dr. Rojas (2020), especialista en tanatología, señala que la muerte hace parte del flujo de la vida. La muerte no es una meta, es un proceso y requisito para vivir con plenitud la vida.
Desde una perspectiva cristiana, el fundamento de la fe cristiana se resume en esta verdad: si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (1Cr 15,14) por eso, la muerte es una pascua (pesaj, paso), es el paso de este mundo a la vida eterna, a la casa del Padre, por eso el cristiano vive de la fe: los cristianos confiesan que Jesús murió y resucitó para darnos vida (1Cor 15, 1ss), de esta se desprende la esperanza y “en la esperanza fuimos salvados” (Rom 8,24). “Se nos ofrece la salvación, en el sentido de que se nos ha dado la esperanza”, asentía (Benedicto XVI, 2008, p. 5). A su vez, el cristiano vive de la caridad para fructificar para Cristo (Mt 25, 34-40), para gozar de la vida eterna (Boff, 1996).
Método
Se utilizó el método hermenéutico y se construyó un instrumento de recopilación de información a partir de 50 enunciados, distribuidos entre selección múltiple y falso-verdadero. Dicho indicador se elaboró gracias a la participación de estudiantes de la Universidad de San Buenaventura, Corporación Universitaria Lasallista, Corporación Universitaria Remington y Universidad Católica de Oriente, quienes facilitaron su aplicación y desarrollo (Cf. Zapata et al., 2023).
Resultados
Los resultados que se recopilaron con la aplicación del instrumento permitieron realizar un análisis e interpretación de las respuestas dadas por los estudiantes universitarios. Estas facilitaron contestar la pregunta principal, trazada desde el inicio del artículo.
Se destacan los siguientes resultados estadísticos:
En la Figura 1 se muestra el porcentaje de aceptación de la muerte lúcida y valientemente.
Figura 1. Respuestas ante la pregunta: ¿acepta la muerte lúcida y valientemente?
De 753 participantes, la respuesta a la pregunta: ¿acepta la muerte lúcida y valientemente?, el 77,2 % dice asumir con tranquilidad existencial el hecho de tener que morir. Para los estudiosos, la aceptación del fenómeno de la muerte por parte de los estudiantes encuestados revela un alto grado de madurez.
Sin embargo, hay un 22,8 % de la población universitaria que requiere una explicación y probablemente, una preparación académica y espiritual, para comprender y asumir la muerte como un estado de la vida humana. Sin duda, una preparación académica, espiritual y existencial para comprender el acontecimiento de la muerte, podrá ayudar a disminuir aquella repulsa que se le hace a la muerte y al desacuerdo de tener que vivir con ella. En este sentido, la espiritualidad franciscana tiene mucho que decir sobre la forma de abordar este misterio del ser humano. Esta espiritualidad, inspirada en San Francisco de Asís, enseña cómo quien vive bien, muere bien, en términos medievales: “memento mori” (García, 2020).
Lo anterior se verifica con las respuestas dadas en la siguiente pregunta, en la cual es de vital importancia tomar conciencia del fenómeno de la muerte. La Figura 2 muestra las respuestas sobre el acompañamiento en rituales fúnebres de la cultura a la que pertenece.
Figura 2. Respuestas ante la pregunta: ¿acude con frecuencia a los rituales y creencias espirituales, religiosas o trascendentes para superar el miedo a la muerte?
Ante la pregunta sobre el acompañamiento en rituales funerarios, hay un dato posible de trabajar desde el ámbito universitario: para ellos, los ritos funerarios no poseen mucho sentido, lo que se traduce como la presencia de una escisión entre vida-muerte. La estadística precisa que el 73,3 % no hace un acompañamiento al difunto en los ritos fúnebres.
Esto indica que las universidades podrían trabajar el sentido del acompañamiento en los momentos más críticos de los seres humanos: la muerte. Y también se podría preparar a los estudiantes para trabajar el sentido del duelo en la pérdida de sus seres queridos. La Figura 3 muestra las respuestas ante el miedo a la muerte para el joven universitario.
Figura 3. Respuestas ante la afirmación: las creencias religiosas ayudan a superar el miedo a la muerte
Con respecto al miedo a la muerte, el equipo de investigación encontró lo siguiente:
Hay un 34,1 % de la población universitaria encuestada que puede requerir de un trabajo cognitivo, psicológico y espiritual, capaz de disminuir parte de la naturaleza del miedo ante el fenómeno de la muerte. Este sería otro gran reto de las humanidades y de la proyección pastoral en las universidades comprometidas con la investigación. La Figura 4 expone los resultados sobre la cuestión del sentido de la vida.
Figura 4. Respuestas ante la afirmación: no he encontrado aún una motivación suficiente para vivir la vida que pueda derrotar el miedo a la muerte
Se ha detectado una valoración positiva de la vida, aspecto que favorece el valor de la vida en una población joven como la que se ha encuestado. El 82,8 % encuentra motivaciones para vivir la vida con intensidad. Solo el 17,2 % expresa miedo ante el fenómeno de la muerte; esto permite a las universidades trabajar un poco más en temas antropológicos, psicológicos y espirituales para explicar la grandeza de la infinitud y la trascendencia humana. La Figura 5 expone los resultados con respecto a la indagación sobre la muerte y la donación de órganos.
Figura 5. Respuestas ante la afirmación: decidir la donación de sus órganos, arreglar todos sus asuntos pendientes frente a la muerte, le ayudan a perder el miedo a esta
Al respecto, se puede observar que la diferencia de opinión es muy reducida frente a la donación de órganos (51,4 % - 48,6 %). Esto reta a la academia, y a las humanidades; es la posibilidad de ir desarrollando y construyendo una cultura de la donación de órganos o lo que se conoce hoy como la oportunidad de elaborar el testamento vital. En este sentido, cabe destacar el término muerte cerebral, constructo que se ha creado “con el único propósito de permitir y justificar la donación de órganos para trasplantes” (Lock, 2002, p. 415).
Su empeño se centra en superar la unidireccionalidad de la investigación médica, como también en insertar estos avances en un contexto sociocultural para observar sus consecuencias individuales y distintos contextos sociales. En esta perspectiva juega un papel importante la religión. De acuerdo con Lock (2002):
el cristianismo sería la religión del altruismo y del amor al prójimo e invitaría a pensar en los demás y a ofrecerles lo que les pueda resultar valioso (aunque se trate de una parte del cuerpo). […] [No ocurre lo mismo con el budismo y el confucionismo]. Para los japoneses el alma no se separa del cuerpo hasta que el cuerpo no esté totalmente frío. El cuerpo físico está en plena conexión con la persona (en sentido social). (p. 416)
En Colombia, se aprobó la Ley 1805 de 2016, según la cual todo colombiano se convierte directamente en donante de órganos, a no ser que haya especificado por escrito lo contrario (Congreso de la República de Colombia 2016).
Aún queda un buen número de imaginarios culturales relacionados con la donación de órganos, como los siguientes: ¿qué pasaría si los cuerpos resucitarán materialmente?, ¿qué ocurre con la identidad y los sentimientos de quien recibe un corazón donado?, ¿qué ocurre si paso a otra vida incompleto? La Figura 6 muestra los resultados con respecto a las dudas sobre la existencia de un “más allá”.
Figura 6. Respuestas ante la pregunta: ¿si no hay nada más allá de la muerte, debería tenerle miedo?
La respuesta recuerda un poco el enigma de la caña de pescar o el teorema de Pascal. El argumento de Pascal presenta el siguiente escenario sobre la existencia de Dios y de un más allá así:
Según el pensador francés, Dios, como Ser Escondido, da al hombre algunas alusiones de su presencia […] El creyente confía en Dios con todo su corazón, pero no puede estar totalmente seguro: si merece o no su gracia. Y sin embargo, el hombre no puede aplazar su decisión: debe escoger entre el vivir como si Dios existiera o el vivir como si no existiera. (Krasnova, 2009, pp 59-67)
Desde la perspectiva psicológica, la respuesta de los jóvenes demuestra la forma valiente en que la juventud asume, no solo la vida, sino también la muerte. Los jóvenes asumen la vida viviendo intensamente y con sentido cada uno de los momentos que la componen. Podría decirse que para el universitario hoy, “la fe tematiza el sentido encontrado en la trama de la existencia […] donde quiera que haya religión allí se articulan las esperanzas fundamentales del corazón humano respecto al mañana” (Boff, 1996, p. 23).
Hay un 76,2 % de jóvenes encuestados que todavía siguen manifestando un miedo, probablemente infundido, ante el fenómeno de la muerte. Aquí, las universidades y las humanidades pueden hacer una pertinente labor, para orientar a estos jóvenes en torno a la importancia de vivir intensamente la vida a partir de la construcción de sentido y significado que le puedan dar a su proyecto de vida. La Figura 7 muestra los resultados con respecto al significado de la muerte.
Figura 7. Respuestas ante la pregunta: ¿percibe la muerte no como algo absolutamente horrible, sino como un acontecimiento significativo que otorga sentido a la vida?
La encuesta arroja resultados que favorecen una mirada positiva y optimista. Los jóvenes perciben que la muerte se asume de la misma manera como se asume la vida. Si la vida tiene sentido, la vida tiene una prolongación en cuanto que trasciende el propio misterio de la muerte; por tanto, la muerte no es un acontecimiento horrible, sino toda una posibilidad de identificarse con la forma de haber vivido. Esto significa que posee un contenido de misterio y de trascendencia.
El 77,1 % de los jóvenes encuestados certifican prácticamente la presencia de una dimensión profunda y espiritual que la vida encierra en el estado de muerte, por el que cada ser humano tiene que pasar. El universitario de hoy podría pensar como Boff (1996), “el ser humano está siempre a la espera. Como si viviera permanentemente en la prehistoria de sí mismo. Todavía está naciendo. Todo es siempre promesa” (pp. 19-20).
Figura 8. Respuestas ante la pregunta: ¿considera importante tomar conciencia de la muerte?
De los 755 estudiantes encuestados, el 96,6 % considera importante tomar conciencia de la muerte (Figura 8). Partiendo del supuesto frankliano, de que la conciencia es el órgano del sentido, esto da cuenta del propósito de vida como fuente dadora de sentido a su existencia.
De este modo, preguntas como: ¿cuál es el porqué de mi vida?, ¿qué quiero ser?, ¿qué sentido tiene vivir? son importantes para muchos universitarios, que son movidos no por el impulso inconsciente, ni por la voluntad de poder, sino más bien por la voluntad de sentido (Frankl, 1995).
Figura 9. Respuestas ante la afirmación: las relaciones con los demás le han ayudado a valorar su vida y la de los demás
La vida tiene sentido y significado en el joven universitario a partir de la interacción social. Esto significa el gran valor que se le da a la vida a partir de aquellos lazos de familiaridad, de fraternidad y de sociabilidad (Figura 9). La vida tiene sentido por la amistad que se presenta en aquel estado juvenil de la existencia. Razón tiene Krishnamurti (1992, p. 18) al describir la vida como un fluir constante de relaciones, como una convivencia, como una interrelación.
Al respecto, las universidades y las humanidades pueden encontrar bases sólidas en los jóvenes universitarios, relacionadas con conceptos como sensibilidad social, fraternidad, solidaridad y amistad. Y en la medida en que estos cuatro valores se refuercen, las nuevas generaciones podrán aniquilar aquellas olas de individualismo y egoísmo que algunas ideologías presentan en esta época posmoderna.
Cabe mencionar aquel fenómeno, al que Bauman (2007) denominó “modernidad líquida”; en esta, el valor de los otros como persona se pierde, para tratarse más bien como un instrumento de sometimiento, de esclavitud, de explotación y de vulneración de sus derechos básicos e inalienables.
En este sentido, estudiosos como Boff (1996), en su búsqueda y deseo profundo de un hombre nuevo para la tan anhelada nueva sociedad expresa:
Más que en otros tiempos, nuestra época se caracteriza por su preocupación por el futuro y por querer vislumbrar en sus penumbras al hombre de mañana. Todos están de acuerdo en esto: el hombre de hoy debe superarse. El hombre verdadero es todavía un proyecto. (p. 9)
Por su parte, el Papa Francisco (2020) ha escrito precisamente la encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos), en la cual invita a todo el género humano a recuperar aquellos lazos de fraternidad, a pesar de las diferencias de credo, de etnias, de género, de lenguas y de nacionalidad, reconociendo el llamado a la fraternidad que todo ser humano ha de vivir con cada criatura del universo: “buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos” (Francisco, 2020, N.º 274).
Figura 10. Respuestas ante la afirmación: negar la muerte es negar la naturaleza humana
Como lo muestra la Figura 10, entre los jóvenes universitarios se observa una comprensión de la muerte como una dimensión que le pertenece a la vida; por tanto, la finitud de la vida deja de ser finita en el encuentro con la etapa de la muerte, puesto que allí mismo, la vida trasciende y se prolonga, así sea en otra dimensión imposible de describir. Tal vez por ello, el joven intenta vivir bien para seguir viviendo bien en aquella etapa o dimensión conocida como la muerte misma.
Al respecto, la antropología, la teología y la religión que se imparten en nuestras universidades con un enfoque humanístico, como el asumido en esta investigación, pueden continuar con aquellas explicaciones sistémicas, holísticas e integrales que revelan al hombre como un ser compacto y total, sin necesidad de tener que escindir sus dimensiones (corporal-espiritual) como alguna vez se hizo, siguiendo la antropología platónica adoptada por algunas religiones.
Hoy, tanto la ciencia como la fe trabajan juntas para poder colaborar en la comprensión de un ser humano íntegro e integral, creado a imagen de Dios y a la vez, con libertad para evolucionar, pues hace parte de la materia animada, la cual también posee un thelos (una finalidad) en el mundo.
Figura 11. Respuestas ante la afirmación: la muerte es la victoria final de nuestra vida
Ante la muerte como terminus (límite), se observa una diferencia algo significativa en la apreciación frente a este fenómeno en la población encuestada (Figura 11). En las respuestas se distinguen dos cosmovisiones del estudiante: la óptica del creyente y la del mundo secular, eminentemente tecnocientífica. El creyente deja ver la victoria de la vida sobre la muerte mediante la resurrección o la reencarnación; mientras que, para la visión tecnocientífica, la muerte marca el final de la vida como un proceso meramente biológico, anatómico y material. La visión franciscana enseña que la muerte deja de ser una realidad monstruosa, como lo señala la “danza macabra”, y más bien es una ruta hacia una premiación definitiva (De Asís, Citado en Spoto, 2007).
Para entender un poco la expresión danza macabra, vale la pena recordar en términos de Jiménez Burrillo (2020) que:
En una Europa asolada por la peste aparecen en Francia en la segunda mitad del siglo xiv las primeras muestras de la Danse Macabrè, posteriormente representadas en esculturas, pinturas, grabados y vidrieras de las catedrales: esqueletos danzantes portando tiaras, capuchas de frailes, azadones de campesino, etc., mostrando su fatal destino más allá de particularidades individuales —a la danza mortal venit los nascidos que en el mundo soes de cualquier estado—. El mensaje es diáfano: juventud, fama, belleza, riquezas, concluyen en idéntico lugar, en ‘sepulcros escuros de dentro fedientes’. (p. 9)
En otras palabras, la muerte no excluye, no distingue, y a todos iguala, al pobre, al rico, al blanco, al negro, al niño, al joven, al viejo, la muerte es parte del destino del que ningún ser vivo escapa; por ello, es importante darle sentido a esta realidad para no caer en el sinsentido.
Conclusiones
Los investigadores descubren la oportunidad de trabajar en el ethos universitario (quehacer ético-bioético) una nueva comprensión del fenómeno de la muerte, con énfasis en el aspecto académico-intelectual, en la dimensión espiritual y en la aceptación existencial de dicho fenómeno que acompaña a los seres vivos: la muerte. Además, los estudiantes encuestados (96 %) enfatizan en la necesidad de tomar conciencia del acontecer de la muerte; y para ello están precisamente las humanidades que se orientan en estas universidades.
La muerte hace parte de la vida. Esto permite abrir las puertas del entendimiento humano, para que los jóvenes comprendan que la vida vale la pena vivirla con sentido y significado, para que la muerte también continúe proyectando el sentido y el significado que se le dio a cada etapa de la vida.
Se reafirma la importancia de continuar precisando el fenómeno de la muerte como un acto existencial con sentido y fundamento trascendente, que permite retomar la vida con valor y significado, puesto que ella no termina con la muerte, sino que ella hace parte de la vida misma.
En tiempos de pandemia y en estos años posteriores a ella, la muerte se ha paseado campante por todos los ámbitos de la sociedad y la cultura: guerras, grandes incendios forestales, cambios climáticos, entre otros. Esto ha mostrado al joven universitario la precariedad de la existencia, lo ineludible de la condición humana, la finitud de la vida y ante todo, ha obligado a vivir la experiencia de un nuevo despertar de la existencia, a valorar la salud, el autocuidado y, en particular, a vivir y disfrutar intensamente la vida. En palabras de Rinpoche: “cuando por fin nos damos cuenta de que nos estamos muriendo y que todos los otros seres conscientes también están muriendo comenzamos a tener una sensación quemante, casi insoportable de lo preciosos que son cada momento, cada ser” (citado en Yalom, 2005, p. 182).
El instrumento diseñado para el presente estudio se constituye en una invitación y un punto de partida para que otras instituciones universitarias igualmente puedan hacer su rastreo estadístico, descriptivo y hermenéutico en torno a las manifestaciones existenciales del joven en formación universitaria sobre a la transitoriedad y sentido de vida, la trascendencia y las paradojas a que se enfrenta en una sociedad tecnocientífica, que muestra su vulnerabilidad ante una situación, en la cual la Señora muerte (Hipócrates) aparece omnipresente.
Vida y muerte son dimensiones que pertenecen a una sola realidad; no se pueden separar. En ellas se expresa un continuo presente, como lo expresa la metáfora de río que no deja de ser río cuando vierte sus aguas al mar. Así, lo finito se hace infinito, lo profano trasciende hacia lo sagrado y la materia madura, hacia aquella dimensión profunda espiritual.
Es pertinente orientar a los estudiantes en la importancia de acompañar a los muertos en los ritos fúnebres. Esto dejaría ver más allá su actitud solidaria, fraterna y de apoyo social, reflejando la sensibilidad social tan necesaria hoy en muchos contextos mundiales, y el valor de la fe que hace florecer la vida de una la cultura.
En consonancia con pensadores cristianos no católicos, como Moltmann (1981) —experto en escatología (tratado de la esperanza cristiana en un más allá)—, quien considera la muerte como un misterio luminoso y dador de sentido en la medida en que el hombre enfrentándose consigo mismo intenta responder a este, por qué no pensar que la muerte presenta un sinnúmero de etapas, cambios y transformaciones similares a las vividas por el ser humano, desde el proceso de la gestación, y después del nacimiento, en todo su ciclo vital: la infancia, la adolescencia, la juventud, la vejez —cada una de ellas con sus respectivos momentos de crisis—; así también, podría suceder con el momento de morir y con la muerte misma, como misterio luminoso, para dar el paso a una nueva etapa o dimensión espiritual.
En términos de Moltmann (1981), al momento de morir se vive una crisis, sea biológica, sea espiritual, sea existencial; y al abandonar este mundo, la persona continúa conscientemente pasando por varios procesos o dimensiones hasta llegar a aquello que su voluntad desee, sea dirigiéndose hacia su Dios, sea alejándose de él.
Las etapas o dimensiones después de la muerte son la de transformación hacia el rango de lo espiritual-trascendente; luego pasa por un estado de putrefacción para arribar a la etapa de purificación; posteriormente, y si la persona tiene voluntad de continuar hacia la presencia de Dios, se somete a una nueva etapa denominada maduración, allí va perfeccionando su deseo y voluntad de entrar a la presencia de Dios, hasta llegar a la última dimensión denominada amor-ización. Aquí se da el encuentro amoroso con la presencia del Padre, ingresando al cielo. La persona que no acepta el recorrido de estas dimensiones después de su fallecimiento podría terminar ausentándose de la presencia de Dios, dirigiéndose al infierno. En la escatología cristiana y no cristiana se hizo un avance en cuanto a la interpretación del cielo y del infierno, no como lugares espaciales, sino como estados en los cuales hay presencia o ausencia de Dios. Esta interpretación fue retomada por Juan Pablo II (1999), pero no compartida por todo el magisterio de la Iglesia Católica.
El cielo (vivir en presencia de Dios), no como lugar habitado por Dios, sino como un estado de la persona que goza de la presencia de Dios, estaría caracterizado por una forma armoniosa reflejada en la persona que se identifica por ser un hombre o una mujer de esperanzas, de bondad, de amabilidad, de fe, de amor, de paz, de justicia y de reconciliación.
Por su parte, el infierno (vivir en ausencia de Dios) es aquel estado de la condición humana en el que impera la desesperación, la maldad, el egoísmo, la incredulidad, el odio, la violencia, la injusticia, la incapacidad de perdonar, el desasosiego, el desamor, entre otros. Y el purgatorio, un estado de purificación que quizás todo ser humano habrá de vivir, pues la pureza de corazón es una condición esencial para conocer a Dios, o un fruto del conocimiento de Dios por parte de aquel que ha realizado su proceso de conversión en el mundo presente.
De lo anterior se deduce que, una persona no necesariamente tiene que esperar el momento de la muerte para llegar al cielo o al infierno, sino que aquí mismo, en el aquí y en el ahora, la persona puede configurar un estado de cielo o es también libre para construir un ambiente de infierno en su vida personal y social.
De acuerdo con estos pensadores, la persona creyente, cristiana y católica, está en condiciones de asumir en su vida terrena un estado de cielo, en la medida en que desarrolle o viva virtuosamente, es decir, conforme a los valores humanos y cristianos propuestos y predicados por el mismo Jesucristo: haciendo el bien, amando a quien le odia, perdonando a quien le hace mal, compartiendo incluso con quien le quita o le roba.
Vida y muerte son dos realidades que todo ser vivo afronta, solo que los seres humanos, desde la conciencia y su dimensión espiritual o trascendente, pueden descubrir en ella: su sentido, su misterio, algunos pueden ver la muerte como un final (agnósticos o ateos), como un paso o pascua eterna (cristianos, islámicos), o como una futura reencarnación (hinduistas, budistas). Queda claro sí, que en algún momento de su existencia el ser humano se siente confrontado por ellas.
Nota: para conocer el instrumento y los resultados puede remitirse al siguiente sitio:
Instrumento: https://docs.google.com/forms/d/1fFy9hfxj3caZaQtxbovO3BuFK5Ui7gYyA9M6PVpJwhA/edit#responses
Resultados: https://docs.google.com/spreadsheets/d/1CLyvNrs6szPpwNFdVcMZ_2ongCZGrsWhvsICWkUr-G4/edit?usp=sharing
Referencias