RHS. Revista. Humanismo. Soc. 9(1): e1/1 - 16, junio 2021 / ISSNe 2339-4196

Artículo original de investigación

Paz es entender lo que somos: prácticas socioculturales de paz en Quibdó

Peace is about understanding what we are: socio-cultural practices of peace in Quibdó

Juan F. Oliveros Ossa1

juan.oliveros@uniclaretiana.edu.co

https://orcid.org/0000-0001-9573-3589

Evaristo Palacios Romaña2

epalaciosr@miuniclaretiana.edu.co

https://orcid.org/0000-0001-5516-553x

Cristian Correa Villa3

cristiancorreani@gmail.com

https://orcid.org/0000-0002-2997-148X

https://doi.org/10.22209/rhs.v9n1a01

 

Recibido: octubre 1 de 2020.

Aceptado: febrero 1 de 2021.

Resumen

El artículo presenta los resultados de investigación del proyecto «Prácticas socioculturales de paz en Quibdó», que busca contribuir a la comprensión de la construcción de paz desde la cotidianidad de las comunidades de la capital del Chocó. Se plantea un análisis contextualizado de Quibdó frente a la construcción de paz desde las prácticas culturales. El enfoque es cualitativo, desde una metodología hermenéutico-fenomenológica. El análisis de la información se realizó a partir de la triangulación de información con fuentes primarias y secundarias a través de diez entrevistas semiestructuradas a profundidad. La codificación axial y categorial se realizó mediante el software ATLAS.ti, versión 7.5. Se encontró que el reconocimiento de la paz desde un enfoque territorial a partir de prácticas culturales cotidianas permite la resignificación de la memoria y la apropiación del entorno social, la memoria histórica y la no violencia. Se concluye que las prácticas socioculturales de paz permiten evidenciar la reivindicación de lo «afro» y lo «chocoano», reconociendo la necesidad de integrar aspectos como el género, lo étnico y el compromiso social en coexistencia con los otros.

Palabras clave: construcción de paz; cultura de paz; identidad cultural; resistencia cultural; identidad étnica; enfoque desde abajo.

Abstract

This paper presents the research findings of the project Socio-cultural Practices of Peace in Quibdó (Prácticas socioculturales de paz en Quibdó), which aims to contribute to understanding peacebuilding out of the daily life of communities from the capital of Chocó. A contextualized analysis of Quibdó is proposed regarding peacebuilding from cultural practices. This qualitative research study unfolds a hermeneutic phenomenological methodology. The information analysis was carried out by triangulating information, with primary and secondary sources, through ten semi-structured, in-depth interviews. The axial and categorical coding was carried out using the ATLAS.ti software, version 7.5. The study found that the recognition of peace from a territorial approach based on daily cultural practices allows both resignification of memory and appropriation of social environment, historical memory and non-violence. The study concludes that socio-cultural practices of peace make it possible to demonstrate the vindication of the “Afro” and the “Chocoano”, thus recognizing the need to integrate aspects such as gender, ethnicity and social commitment in coexistence with others.

Keywords: peace building; culture of peace; cultural identity; cultural resistance; ethnic identity; bottom-up approach.

Introducción

El conflicto colombiano ha generado diferentes afectaciones a la dimensión social del país y más aún en aquellos departamentos en los cuales existe una presencia significativa de grupos armados ilegales, como es el caso del departamento del Chocó. De acuerdo con los datos del Registro Único de Víctimas actualizados a marzo de 2019, el conflicto armado ha dejado 171.400 víctimas en este departamento, de las cuales 68.827 se encuentran en su capital, Quibdó. Estas cifras dan cuenta de una crisis socioeconómica marcada por situaciones de pobreza, delincuencia común, extorsiones a comerciantes y homicidios selectivos. En la ciudad existe un ambiente de tensión y desconfianza, hecho que se reflejó en la encuesta Quibdó Cómo Vamos, en la cual se expone que solo el 8 % de los habitantes chocoanos se sienten seguros en Quibdó (Unidad de Manejo y Análisis de Información Colombia, 2017).

Estos sucesos han generado diferentes afectaciones, lo que suscita la necesidad de crear espacios sociales que promuevan la construcción de paz, la cual consiste en implementar «acciones dirigidas a identificar y apoyar estructuras tendientes a fortalecer y a solidificar la paz para evitar una recaída al conflicto» (Organización de las Naciones Unidas, 1992 citado por Rettberg, 2003, p. 16). En otras palabras, este proceso es una estrategia de largo aliento con diferentes momentos y períodos para lograr una paz estable y duradera que tiene responsabilidades compartidas (variables de acuerdo con el rol de cada actor). La ciudadanía, las comunidades y la sociedad civil organizada tienen un rol activo que los implica; no solamente como fundamento de base del proceso, sino como principio político para un cambio cultural en la vida en sociedad (Lidén, 2006; Hernández Delgado, 2016). Estas formas de integración del pueblo, de la comunidad, dan cuenta de una construcción desde abajo4, que prevé un agenciamiento, unos recursos y unos repertorios de acción que evidencian, desde sectores no institucionalizados, la disposición de capacidades para la edificación de un país en paz y una cultura de no violencia (Lidén, 2006; Thiessen, 2011; Tesillo, 2016).

La concepción de la paz también supone una resignación del concepto. ¿De qué paz se habla? Se propone una paz distinta a la que se puede llegar a generar desde entes estatales —la paz negativa propuesta por Galtung (2016) y Lederach (2007)—. Una construcción de paz que visualice los actores sociales como agentes activos con incidencia e influencia en la esfera pública. Para autores como Hernández Delgado (2008; 2009); Villa e Insuasty (2016) y Hernández Arteaga et al. (2017), el éxito de los procesos de construcción de paz depende en gran medida de las acciones que genere la población civil, por ello se requieren de acciones comunitarias orientadas a la transformación social, aquí se reconoce la capacidad generadora de espacios de fortalecimiento del tejido social, transformador y creador que poseen las personas.

Según Villa e Insuasty (2016), la paz debe ser comprendida como un constructo social alejado del mero silenciamiento de las armas, para que llegue a ser percibido como un constructo integral de tranquilidad y armonía personal y social, que posibilita la reconstrucción de aquellos vínculos fragmentados por la guerra. Es decir, hacer de la paz un proyecto de vida implica que hay una responsabilidad social, ética, pedagógica, cultural y política frente a las posibilidades de autogestión de la vida. Podría entenderse entonces que la paz deja de ser una idea que se desvanece en el aire como otros procesos modernos (Berman, 2011), sino que pasa a ser identificada como una acción que se promueve como práctica sociocultural cotidiana. La paz se vivencia, se experimenta desde el interior, es decir, alcanzar la tranquilidad consigo mismo y la coherencia ético política frente a los principios que se reivindican, posibilita situar entre otros asuntos el no politizar electoralmente las prácticas realizadas o evitar la cooptación por parte de actores institucionales.

La paz implica un proceso que debe tener una mirada ligada al presente, con los aprendizajes en retrospectiva y las apuestas en prospectiva (Tabarquino Muñoz, 2018). Esta mirada en retrospectiva se ancla en el conocimiento de la historia (siendo la memoria un asunto fundamental), plantar la praxis en la cotidianidad (Barrero Cuellar, 2018) y mirar hacia el futuro con la esperanza puesta en el posconflicto. La mirada al pasado, posibilita a su vez un acumulado histórico de cara al futuro a partir de la deconstrucción de formas y artefactos que permiten que perdure la violencia cultural (Galtung, 2016; Lederach, 2007). La violencia como construcción social tiene formas y mecanismos de memoria que posibilitan que se mantenga instalada psicosocialmente en el tiempo. La paz implica entonces también un «desarme» a nivel cultural.

Así, hablar de cultura de paz responde también a las formas de comportamiento social, al relacionamiento y la interacción colectiva, a las formas de encuentro en lo público que permitan la emergencia de principios base de la democracia como la libertad, la justicia, la democracia, la tolerancia y la solidaridad (Rettberg, 2003). El rechazo a la violencia como estrategia de resolución de conflictos asienta la mediación y el diálogo como formas alternativas cimentadas en los derechos humanos y en la garantía de la vida digna. De esta manera, pensar la construcción de paz desde la cotidianidad implica acercar la paz a formas de relacionamiento que proporcionen a los ciudadanos la posibilidad de ser parte del desarrollo interno de sus sociedades (Hernández Arteaga et al., 2017).

La cultura de paz no supone la negación del conflicto (Lederach, 2007). El conflicto es base de la divergencia y la diferencia, constituye un motivador para fundamentar la coexistencia y el reconocimiento del otro, lo cual exige y demanda la configuración de formas de inclusión, cambio y transformación que permitan mitigar y mediar el desencuentro de una forma pacífica (Hernández Arteaga et al., 2017). En este sentido, la cultura de paz es un proceso de larga duración, fundamental para la consolidación de la construcción de paz (Galtung, 2016). Los cambios culturales exigen de una resignificación, deconstrucción y transformación que va más allá de lo pactado en los acuerdos entre los grupos armados en conflicto.

Los procesos socioculturales que se llevan a cabo constituyen uno de los variados elementos de inclusión y participación colectiva que fomentan la transformación social. En este sentido, Ríos y Gago (2018) mencionan que las prácticas culturales con enfoque de no violencia permiten consolidar una paz territorial a partir de las capacidades propias del territorio, y evidencian la autonomía y el empoderamiento de los pueblos en sus procesos de construcción de paz. Allí aparecen las prácticas socioculturales, aquellas que conllevan a la creación de espacios de edificación o establecimiento de la convivencia social y el encuentro en lo público (Pavía, 2014; Ariztía, 2017).

En el Chocó estas prácticas socioculturales son diversas; desde el sector productivo, se recogen sitios que reivindican la gastronomía chocoana como el restaurante «La Paila de mi Abuela» y el Centro Cultural «Río Pueblo de Alegría» (que igualmente funciona como restaurante). También desde lo productivo está «Champamía», un proyecto de turismo fluvial que funciona con barcazas tradicionales sobre el río Atrato. En el ámbito artístico, el grupo «Alianza Urbana», compuesto por un colectivo de dieciséis jóvenes de Quibdó, proponen estrategias de resistencia desde la música y el folclor. Desde el baile urbano, el grupo «Jóvenes Creadores del Chocó» forja una identidad de resistencia que busca visibilizar y denunciar asuntos como la pobreza, la inseguridad, la falta de oportunidades, se constituye como un espacio de protesta. De igual forma, el Centro Cultural «Mamá U» es un espacio de articulación, transformación, reconciliación e investigación desde el arte y la cultura para la población vulnerable y la comunidad del Municipio de Quibdó, propuesto desde la Fundación Universitaria Claretiana.

Asimismo, han emergido prácticas socioculturales comunicacionales y pedagógicas ligadas a la identidad cultural chocoana como la plataforma electrónica «Mario en tu radio», y los espacios que posibilitan de diálogo de saberes sobre la memoria afrodiaspórica, las tradiciones y el legado ancestral de las personas afrodescendientes como la «Fundación Muntú-Bantú» la «Corporación Cuenta Chocó», y la «Asociación para las Investigaciones Culturales del Chocó» (ASINCH)

El presente artículo aborda estas diez prácticas socioculturales en su relación con la construcción de paz y la cimentación de estrategias creativas e innovadora que involucran a la sociedad quibdoseña en diferentes actividades mentales para la acción y el trabajo grupal a la luz de una transformación político social dando cuenta de formas de construcción de paz desde la cotidianidad.

Metodología

La presente investigación adoptó una metodología cualitativa en cuanto a su esencia como a las técnicas utilizadas, lo que posibilita una mayor compresión de la realidad social que se deseaba encarar, así como la utilización de una serie de técnicas o herramientas que permitieron el conocimiento de las subjetividades que se desarrollan en un mismo territorio (Cadena Iñiguez et al., 2017; Maya et al., 2017).

Además, el enfoque cualitativo permitió conectar la realidad social que es vivenciada de distintas formas, así como la comprensión de cada una de ellas, a partir de un proceso interpretativo que nos lleva a la creación de conocimiento; por ello, Galeano Marín (2004) menciona que «la investigación cualitativa rescata la importancia de la subjetividad, la asume, y es ella el garante y el vehículo a través del cual se logra el conocimiento de la realidad humana» (p. 16). El nivel de la investigación es descriptivo; esto posibilita la representación detallada y concreta de la situación o fenómenos, tal cual se presentan en la vida y el contexto de los investigados sin ningún tipo de suposiciones, lo cual otorga mayor valor a la producción y presentación de los datos de la investigación a la hora de su exposición (Monje, 2011).

Por otra parte, la investigación se fundamentó en el construccionismo social como paradigma investigativo, aludiendo a la posibilidad que este otorga al investigador de comprender los acontecimientos psicológicos y sociales que se construyen a partir de las experiencias y vivencias de las personas que se desarrollan en un mismo entorno social; en este caso, el proceso de construcción de una cultura de paz teniendo en cuenta las características artísticas y tradicionales de un territorio (Gergen, 2006). De igual forma, el construccionismo permitió entablar un dialogo recíproco entre investigador e investigado, el cual nos llevó a la construcción de conocimiento, y le otorgó reconocimiento y protagonismo al sujeto investigado (Agudelo & Estrada, 2012).

El método empleado durante la investigación fue el fenomenológico-hermenéutico (FH de ahora en adelante), el cual permitió la interpretación de los distintos discursos, y captar con plenitud y precisión su sentido, al comprender el todo y cada una de las partes que eran objeto de análisis (Rodríguez, 2019). Además, admitió la reflexión a partir de un devenir interpretativo que posibilitó la captación total del sentido y el mensaje expuesto por los participantes, ya que concibió los distintos contextos en los que actúan y se desarrollan las prácticas culturales.

Se empleó la metodología FH, debido a que esta permitió un proceso reflexivo que nos situó en un devenir intuitivo, guiado por la clarificación y descripción de las distintas prácticas tal cual son vividas y apreciadas por los distintos involucrados. En parte, la utilización de la metodología FH facilitó la estructuración coherente de un proceso interpretativo, regido por las realidades vivenciales de un territorio (González, 2018).

Las técnicas empleadas durante el desarrollo de la investigación fueron el rastreo documental y la entrevista semiestructurada a profundidad. En cuanto a la muestra, se seleccionaron diez prácticas culturales que fueron consideradas de gran relevancia, debido a los significativos aportes a la construcción de paz en el departamento del Chocó. Además, estas fueron escogidas debido al reconocimiento que poseen en el territorio. Luego de su elección, se procedió a la realización de las entrevistas semiestructuradas a profundidad con cada uno de los líderes de las agrupaciones que fueron elegidas en el primer momento.

Posterior a la realización de las entrevistas, se procedió a su transcripción, codificación y categorización, para luego continuar con el proceso de análisis de la información encontrada, utilizando el Software ATLAS.ti versión 7.5, mediante el cual se estructuraron las redes semánticas que permitieron agrupar y distribuir los principales hallazgos encontrados.

Cabe resaltar que el procedimiento investigativo llevado a cabo exigió un trabajo inductivo que tuvo como fundamento hallar en el entramado social, político y cultural una serie de elementos de análisis, que contribuyeran a la construcción de nuevas perspectivas de estudio ajustadas a las realidades concretas y a los contextos particulares, dando lugar a lo que Haraway (1995) define como conocimiento situado. De esta forma, este proceso inductivo da cuenta de conectar los rastreos teórico-conceptuales encontrados a través del rastreo documental y triangularlos con la información que haya en el campo, lo que permitirá enriquecer el trabajo de análisis.

Resultados

Las prácticas culturales abordadas durante la investigación dan cuenta de formas activas de transformación social que permiten la construcción de paz desde la cotidianidad, al valorar los vínculos, los saberes autóctonos, la potencialidad del arte y la autogestión (ver Figura 1). Los procesos o estrategias, que se gestan en el territorio chocoano en pro de la cultura de paz, cimientan la creación de vínculos que se encuentran relacionados con la obtención de una paz territorial:

Para nosotros apostarle a ese proceso de paz, desde aquí, desde nuestro territorio, se requiere unirnos. Cogidos de la mano sacamos ese proceso de paz. Porque la paz no la hace el gobierno nacional. Ni la hace un alcalde, ni la hace un presidente. La hacemos nosotros como personas. Eso es lo que vamos a hacer, vamos a organizar la paz. (E8)5

Figura 1. Red semántica sobre características de las prácticas culturales

Fuente: elaboración propia.

Así, las prácticas culturales que allí se desarrollan no se alejan de la visión de la construcción de la paz a partir de la creación de relaciones vinculares en el territorio:

Somos los mismos, estamos hecho de lo mismo, venimos incluso de los mismos ríos, traemos las mismas historias, tenemos los mismos dolores, nos duele lo mismo, es decir, era increíble como desde esa música, desde esos bailes, desde esas obras que se hacían, ellos empezaban a ver que están hechos de lo mismo, que son lo mismo y que son hermanos. (E4)

De ahí que las prácticas culturales son dotadas de un sentido territorial, ancestral, y se convierten en el eje fundamental de la vida de los involucrados: «[hay que apostarle] a lo propio], esa es la mejor opción que tenemos nosotros, no solamente como región si no como pueblo chocoano para que no se pierda nuestra cultura, no se pierda lo que nuestros ancestros nos enseñaron» (E8). De esta forma hay una comprensión de la paz como un asunto que no pasa exclusivamente desde lo colectivo, sino que también tiene una posibilidad de transformación como proyecto de vida personal: «la cultura, el arte, el ser consciente, el ser amoroso, todo esto reunido completa a una persona, creo que completa a la persona y esto genera paz» (E9). En esencia constituyen el presente y futuro de aquellas personas, se transforman en un proyecto de vida:

Me abanderé de este proyecto y entonces «si yo cambio, El Chocó cambia», es como esa herramienta que me permite disfrutar la vida, estar como en mi espacio que me gusta estar, lo hago sin dinero, lo hago sin plata […] uno recibe las gracias de la gente, y esa es la satisfacción más grande ¿sí? cuando la gente siente que uno le está sirviendo. (E2)

Las prácticas socioculturales son, en primer lugar, una apuesta por la reivindicación de lo propio: «hay una ciudadanía organizada, que está constantemente movilizándose para exigir unas mínimas condiciones de vida o para exigir autodeterminación en sus propios territorios» (E10). Al mismo tiempo, este proyecto de vida personal da cuenta de elementos políticos y económicos. Las prácticas son emprendimientos que abogan por la autonomía económica en una ciudad donde el desempleo y la vulnerabilidad social son altas:

[…] si bien es cierto, existen unas agencias de cooperación, existen instituciones que nos pueden dar la mano para desarrollar la labor social, también nosotras teníamos que tener algo que nos permitiera fundamentar el trabajo social que hacemos, que nos permitiera sostenerlo y allí nace la idea de crear el restaurante típico. (E1)

El origen de las prácticas ha sido principalmente desde la autogestión, ya que conectan las necesidades del departamento, promueven formas de transformación desde las acciones cotidianas: «desde Mario en tu radio hemos entendido que es una herramienta comunicacional, una herramienta de transformación social, de trasformación del pensamiento para la sociedad chocoana» (E2). Esta autonomía implica también un reto frente a las alianzas y las relaciones de articulación que pueden gestarse.

El trabajo en red que permite la emergencia de alianzas organizativas también refiere una revisión de los riesgos que suponen ciertas coaliciones frente a los principios éticos, políticos y sociales: «No recibimos dinero de política. ¡Nada! Los dineros que entran aquí son por proyectos que presentamos a organizaciones, sean nacionales o internacionales y que desarrollamos dentro de la sociedad […] pero nosotros meternos en cuanto a lo político, no» (E9). En este sentido, se evidencia cierto de grado de desconfianza y resistencia frente a instituciones estatales o entes privados que pueden cooptar, censurar o minar el accionar:

Nosotros tratamos como de no estar muy pegados a lo que es la parte estatal, pero si tenemos alguna invitación, nosotros revisamos la invitación a ver de qué se trata, así mismo, uno sabe si las canciones de nosotros son acordes a la actividad, así mismo, uno se escoge y decide participar o no. (E6)

El trabajo en red se realiza entre organizaciones y apuestas con un enfoque social comunitario que permiten una colaboración mutua y un apoyo horizontal. Las alianzas surgen de acuerdo con la necesidad de cada contexto:

Los procesos de nosotras no son excluyentes. En las localidades vamos obedeciendo al compromiso que tenemos con las organizaciones afiliadas. Pero nunca trabajamos solo con el grupo de la organización. Siempre hay otras personas que nunca han estado, que hoy les interesó: «¡Ay oí, yo quiero aprender! Venga». Lo que nos permite eso es que vamos ampliando nuestro radio de acción y de relacionamiento con los otros. (E1)

Por lo que se refiere a la cultura de paz, esta es dotada de un sentido de transformación social orientado a posibilitar el cambio de la perspectiva social del territorio en el cual se llevan a cabo las distintas prácticas culturales, y este ejercicio pretende alcanzar, a la vez, la transformación para la paz: «Con estas ideas: “si yo cambio El Chocó cambia”, podemos convertirnos en la fluente del cambio del departamento del Chocó, porque, además, es importante que el departamento del Chocó y su gente entienda que hay que replantear muchas cosas» (E2).

La construcción y la propuesta de un cambio en El Chocó a partir de acciones cotidianas, implica el encuentro de los saberes de la región. Emergen como escenarios de resistencia contra las distintas circunstancias adversas por las que atraviesa el departamento, en especial el municipio de Quibdó: «A través del arte ellos [los niños], encuentran ciertas habilidades que no solo le sirven en el medio artístico, sino que pueden ayudarles en su vida cotidiana, entonces eso les ayuda a desenvolverse, a cumplir un rol en la sociedad, que los vean de una manera distinta» (E3).

No obstante, el reto de la autonomía económica, sumado a las condiciones de marginalidad del departamento del Chocó, al igual que las afecciones ocasionadas por el conflicto armado, supone distintas dificultades para el desarrollo de las actividades que se gestan en el interior de las distintas prácticas. Sin embargo, a pesar de las dificultades, hay un deseo de aportar e inclusive resignificar la misma dificultad a partir de la memoria y la ancestralidad, persistir en que perdure lo propio: «Se resiste a no dejar perder lo nuestro. En cierto sentido, mantenerlo vivo. A no dejar perder los platos típicos, no dejar perder la música, porque la música también es una forma de resistir» (E5).

Es así como los procesos de transformación para la paz deben encontrarse articulados con estrategias o métodos de acompañamiento psicosocial y posibilitar la inclusión de los distintos actores sociales del territorio, a la vez que deben gozar de la aceptación de estos actores, ya que son ellos los que posibilitan la estabilidad, desarrollo y crecimiento de las distintas acciones. De igual forma, los procesos de transformación en un territorio como el chocoano en el cual convergen innumerables conocimientos en cuanto a gastronomía, música, danzas, cánticos, entre otros aspectos, están orientados a rescatar y reconocer aquellos saberes de la región que son inculcados en las familias, retransmitidos de manera intergeneracional:

Cultura de paz es tener relaciones positivas, querer unir familias, todas estas que vienen aquí. Yo utilizo una frase que se llama «chambimbear», que es la acción de meterse a los charcos y salpicar agua, chispear agua cuando llueve. Uno sale con los amiguitos a chambimbear. Entonces acá se chambimbea, conversando se chambimbea, con la familia se chambimbea, con los amigos. Entonces acá chambimbeamos y chambimbear es una acción de paz porque uno juega, se divierte, uno conversa. Entonces eso es lo que queremos aplicar. La paz, pero desde otro escenario no desde el político [electoral] sino desde lo familiar, lo social, lo cultural. (E5)

El Chocó es arte y eso es demostrado en cada una de las puestas en escena que realizan los distintos grupos de este departamento, así como en las fiestas tradicionales, la gastronomía, etc. Es por ello que se evidencia, por medio de los participantes de la investigación, un recorrido territorial hacia la transformación forjada a través del arte y la cultura chocoana:

Mamá Ú es un centro de puertas abiertas para transformar, para articular, y para construir una cultura de paz […] no es simplemente decir que bailamos porque sí o que actuamos porque sí o que tocamos alguna música porque sí, sino que tienen un mensaje y un contenido (E3).

De manera simultánea, los espacios artísticos en la presente investigación funcionan como escenarios de protección referente a las condiciones de abandono estatal, las condiciones de pobreza del departamento, y la violencia: «Nosotros tratamos de brindarles a ellos cierto apoyo, que pueden contar con nosotros, conversar sus situaciones familiares, sociales y comunitarias, […] que esos jóvenes encuentren en Mama Ú ese espacio protector que difícilmente encuentran en su comunidad» (E3). Los espacios artísticos como constructores de significados, depositarios de la identidad y la historia compartida también se inclinan hacia la reconciliación y la creación de nuevos vínculos de interacción: «El arte nos permite generar, reconstruir esos vínculos, reconstruir ese tejido social y digamos, pues, de alguna manera entorpecer esas lógicas delincuenciales ¿no?, si, cuestionar todas esas lógicas» (E4). Finalmente, las prácticas socioculturales como construcciones para el encuentro y la resistencia no violenta plantean formas de transformación que ofrecen oportunidades y alternativas para prevenir el reclutamiento forzado o la vinculación a los grupos armados:

[…] alguien que pueda salir y meterse a la música, alguien que pueda entrar a pintar, alguien que pueda entrar a hacer cualquier cosa que ayude... cualquier cosa que sea en pos de la comunidad suya o de la sociedad, ya es una ganancia y nosotros vamos ganando por persona que prefiera esto a entrar a algún grupo armado, a algo ilícito. Ahí nosotros contribuimos a la paz. (E9)

Discusión

La construcción de paz desde una perspectiva horizontal supone conocer relatos, experiencias y apuestas que permitan evidenciar formas creativas de resistencia a la violencia que aún perdura (Hernández Delgado, 2008). En las prácticas socioculturales analizadas se logra evidenciar una iniciativa persistente en reconstruir desde la creatividad la memoria, la dignidad y la identidad cultural afro. Estas «se han convertido en prácticas que reparan, curan y sanan. Se trata de acciones políticas por medio de las cuales se reclaman derechos y acciones educadoras que le dejan a la sociedad aprendizajes que permiten construir lazos de solidaridad» (CNMH, 2018, p. 66).

Estas experiencias suponen una inspiración y un baluarte de apropiación cultural que hace frente a la guerra. Las mismas suponen un reto que puede contribuir a la generación de redes de paz que permitan cooperar desde la transformación cultural a la reconciliación y a la superación de referentes bélicos. El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) en el Informe Basta ya (2013) propone que los actores sociales, civiles y comunitarios han encontrado diferentes formas de realizar ejercicios de memoria frente a los hechos de violencia a través de expresiones plásticas, dramatúrgicas, audiovisuales y narrativas. Asimismo, otros grupos a través de referentes cotidianos han visibilizado la tradición oral, los cultos y lo ancestral tal como ocurre en las prácticas socioculturales del Chocó.

De acuerdo con Ariztía (2017), la concepción más común o aceptada podría llevarnos a contemplar las prácticas culturales como un nexo de formas de interacción y de actividades que son desarrolladas en un espacio-tiempo y que pueden percibirse como un producto de la unidad cultural o social. La práctica se convierte, así, en un conjunto amplio de formas o manera de interactuar, a partir de los repertorios culturales, que dotan de significado y significancia de la práctica en quienes las ejecutan (Pavía, 2014).

De acuerdo con los relatos de los participantes, cada una de las prácticas que desarrollan en Quibdó es más que una actividad en sí misma. Las diez prácticas analizadas tienen un significado, y son orientadas principalmente a resarcir las condiciones adversas por las cuales atraviesa la ciudad. Las prácticas culturales constituyen uno de los principales ejes de acción que permiten la comprensión de las dinámicas organizativas en las cuales se asienta el actuar social, al igual que permite la interacción simbólica de la sociedad, y posibilita formas o modelos de resistencia que se acentúan al transcurrir histórico de un territorio (Ariztía, 2017; Pavía, 2014).

La paz se edifica entonces en la posibilidad de un cambio social, en el rompimiento de barreras y dinámicas bélicas impuestas por el conflicto armado. Desde lo propuesto por Martín Baró (1987), el afrontamiento del fatalismo aprendido (creencia irracional y resignación frente en la imposibilidad de un cambio en el estado de cosas actual). La creencia en el cambio supone una forma de resistencia. Aldana et al. (2016) sugieren que las acciones y estrategias, dotadas de un sentido cultural, se convierten en una de las mayores herramientas de resistencia pacífica que posee los pueblos para hacer frente a las condiciones que han conllevado a la deconstrucción del territorio. En este sentido, para Ariztía (2017) las prácticas culturales se presentan como elementos que se asocian a la construcción de identidades colectivas e individuales, que se asientan al transcurrir cultural, y posibilitan la transformación social y la eventual diferenciación de otros actores culturales o referentes sociales. La idea de la paz que tienen los participantes no contempla posesiones materiales, sino que se arraiga en concepciones intangibles, como ser parte de algo, sentirse orgulloso de sí mismos, estar en armonía con las personas del entorno, etc. (Sánchez Cardona, 2017). A pesar de la importancia del factor económico, en la mayoría de los casos, las víctimas solo quieren saber la verdad de lo que sucedió y que se les garantice la no repetición de los hechos, incluso, dejan de lado posibles reparaciones materiales (Hernández Delgado, 2009). Se prioriza la construcción de un referente de memoria como estrategia perdurable que permita el resarcimiento y la posibilidad de una reparación simbólica. En ese sentido, la paz abriga la posibilidad de un cambio en los referentes simbólicos (Hernández Delgado, 2008).

La creación de nuevos vínculos es uno de los pilares de las prácticas socioculturales de paz. Para los chocoanos la posibilidad del encuentro y del relacionamiento colectivo es un asunto de suma importancia para la recuperación del tejido social. En ese sentido, los espacios culturales se promueven como un espacio para reconocerse entre pares, para el encuentro comunitario que fortalece el vínculo identitario como pueblo chocoano. Los modelos identitarios de las comunidades se relacionan en gran medida con sus propuestas culturales. Es por ello que las prácticas culturales constituyen una vía alternativa para la construcción de un nosotros y un otro, con valores y elementos propios que se van desarrollando con relación a un marco histórico de aconteceres y de acciones autóctonas de un territorio (Stacchiola, 2016).

Las prácticas culturales suponen entonces estrategias de reconciliación motivadas en el encuentro en restaurantes como «La Paila de mi Abuela» o «Río Pueblo de Alegría»; el relacionamiento artístico en baile, la música y la literatura arte en «Cuenta Chocó», «Jóvenes Creadores del Chocó», «Mamá Ú» o «Alianza Urbana». Estas prácticas abordan formas innovadoras de despertar consciencias y vinculación con la realidad, el arte como transgresor de la violencia. Podríamos afirmar que lo artístico es una representación simbólica que posibilita la otredad, la acción colectiva y el diálogo. Sáenz (2015), plantea que el arte en relación a la paz:

[…] explora nuevas formas de expresión al mismo tiempo que denuncia la violencia directa, estructural y cultural, centrándose en la reflexión sobre los mecanismos y usos del poder económico y social. Podremos percibir de qué manera sus prácticas conceden una gran importancia a la comunicación, a la empatía y a la reflexión. Se trata de un arte que destaca su dimensión relacional pues para alcanzar su objetivo necesita del público, de su reacción y complicidad. Para estos artistas sólo el espectador le da sentido a este arte. (p. 243)

En concordancia con lo anterior, Beltrán y Montoya (2019) mencionan que la reconciliación se construye a partir de los contextos sociales y políticos, y posibilita la reconstrucción de las familias, los sujetos y las comunidades en un aporte conjunto, pero ello supone la creación de espacios de no violencia. La reafirmación de la vida pacífica y de la coexistencia en la diversidad y la diferencia.

El arte construye ejercicios empáticos y compasivos, sitúa el lugar del sujeto en otro, lo que implica poner la perspectiva en un lugar diferente al propio. El arte facilita la reconciliación a partir del encuentro con el otro, en el cual se mantiene un diálogo recíproco de intercambio de saberes que se abran a las diferentes condiciones «micro políticas y culturales de cada grupo y colectivo social con el fin de vincularla como reflexión y práctica cotidiana [...]. Ello implica el acercamiento respetuoso hacia otros saberes, formas de vida y cosmovisión presentes en las comunidades y sus territorios» (Sandoval y Leguizamón, 2020, p. 43). El arte como vehículo de memoria e identidad que permita la resistencia micro política se convierte en un elemento transformador, pero también en un entorno protector frente a distintas situaciones amenazantes (Pavía, 2014).

A partir de las prácticas abordadas, se visualiza que en el departamento del Chocó habita un espíritu transformador y una resistencia cultural evidenciada en la reivindicación de la identidad afro desde la diáspora. Los cantos, las danzas, la vestimenta, los platos típicos, etc., relatan una historia que también busca ser visibilizada y resignificada. El conflicto que trasluce los relatos de los participantes da cuenta de una reivindicación que no es solo vinculada a la actualidad, sino que remite a deudas históricas que vinculan lo étnico territorial. De acuerdo con Lulle (2018), en su investigación sobre prácticas culturales como formas de resistencia, estas formas de manifestación ponen en contacto a los participantes con el territorio, conectan el presente y la búsqueda de una realidad pacífica de la mano que se relatan los acontecimientos y el sufrimiento del pasado. En la búsqueda de la construcción de paz a partir de las tradiciones culturales, se crea lo que los participantes denominan el reconocimiento de lo propio. Allí radica una de las claves de la construcción de paz con enfoque territorial, por ello, la apropiación de los procesos culturales que se
desarrollan potencia la identidad y el sentido de pertenencia con el contexto y el proceso que se realiza (Lulle, 2018).

Según Barquero (2014), el camino para alcanzar una cultura de paz es la educación y la familia, que son el centro-base de la transformación, la cual debe tener una condición ética. La educación supone una actividad fundamental en la construcción de paz y en la consolidación de una cultura de paz. ASINCH, «Muntú Bantú», «Cuenta Chocó» y «Mario en tu Radio» son espacios pedagógicos que, desde la cotidianidad y desde un enfoque horizontal «desde abajo» (Hernández Delgado, 2009) promueven una didáctica de la no violencia que permita a las generaciones futuras la aprehensión de valores, creencias y prácticas cimentadas en el cuidado propio y del otro. Estos espacios son de suma importancia para construir una cultura de paz, que bien podrían ajustarse a los propuestos por Barquero (2014): saber respetar la vida, saber convivir junto al otro, escuchar para comprender, compartir y aprender la verdadera solidaridad.

Conclusiones

La paz supone un imponente reto para el país, el de gestionar procesos de construcción de paz en el territorio. Este reto permite una nueva orientación de la dinámica sociocultural; en ciudades como Quibdó supone la identificación de prácticas que contribuyan a la gestión de conflictos y contribuyan a la reconciliación. Las diez prácticas socioculturales analizadas están encaminadas a la reconstrucción de las relaciones interpersonales en el interior de las comunidades y entre las comunidades, permitiendo así la recuperación del tejido social que ha sido afectado por el conflicto armado. Se validan o reivindican otras formas de interacción que hacen resiliencia, resistencia y transformación a la violencia directa, estructural y cultural.

De igual forma, se hace énfasis en la importancia superlativa de vehículos de transformación como la memoria, el arte y la apropiación de la identidad autóctona que, para este caso en particular, se asocia a lo afro y la memoria de la diáspora africana. La paz cobra mayor sentido cuando se valora desde lo construido artesanalmente. La construcción de paz es también la posibilidad de ser y hacer desde lo propio, desde lo autorreferencial que permite reafirmar quién se es, a nivel individual y colectivo. La reconciliación también supone una comprensión de la identidad y que permita comprender que «la paz es entender lo que somos».

Vale la pena también resaltar que las prácticas socioculturales surgen como ejercicios autogestionados que dan cuenta de un enfoque «desde abajo» de la construcción de paz, que no valora la paz como una estrategia política electoral o una moda circunstancial. El enfoque desde abajo remite a una paz que circula en la cotidianidad y en la vivencia de prácticas que hacen parte del día a día. La paz se edifica como un proyecto de vida que conecta a los participantes con el territorio y con la esperanza de una convivencia pacífica que permita el encuentro con los otros en condiciones de dignidad. Mientras estas condiciones se establecen, las prácticas culturales permanecen como ejercicios de resistencia pacífica que permite cimentar bases pedagógicas para la consolidación de referentes de una cultura de paz que considere lo étnico, lo artístico, lo cultural y lo territorial como un estandarte de la reconciliación y la memoria.

Las diez prácticas socioculturales de paz aportan a una visión de paz desde abajo que resignifica a partir de la apropiación y empoderamiento de los recursos ancestrales que conciben la no violencia, la solidaridad, el movimiento a través de la música y la danza como formas de aportar a la finalización del conflicto y a la reconciliación social, y que permitan sentar las bases culturales de una paz estable y duradera.

Referencias