RHS. Revista. Humanismo. Soc. 6(1), 2018 / Cartas al editor

Sentipensando

https://doi.org/10.22209/rhs.v6n1a07

Tres acontecimientos de significativa importancia conmemoramos en el año inmediatamente anterior. El primero, el inicio de la Reforma Protestante, con la publicación de las 95 tesis de Martín Lutero en 1517. Segundo, los 100 años de la Revolución Bolchevique y la creación del Estado Soviético que salvó a la humanidad del avance de las huestes fascistas ejemplarizadas por Hitler en Alemania, Mussolini en Italia, el emperador Hirohito en Japón y Franco en España. El tercer acontecimiento son los 50 años de la primera publicación de Cien años de soledad, realizada en Buenos Aires con el sello editorial Sudamericana.

El primero abre las puertas al mundo laico y, por tanto, pone en el horizonte el desarrollo de un proyecto con pensamiento positivista que desembarca en el método cartesiano. El segundo, entre otras, porque la caja de herramientas con que los científicos desarrollan sus investigaciones son asumidas como arsenal de guerra y ellos mismos como soldados. Las bombas descargadas sobre Hiroshima y Nagasaki así lo atestiguan, y develan cómo el arsenal nuclear de las potencias imperiales hoy garantizan la capacidad de la destrucción total del planeta. Y el tercero, porque García Márquez y el llamado boom latinoamericano de las letras se aleja de la paternidad europeísta y se abre a pensamientos y construcciones propias indisciplinadas y decoloniales. En mayo de 2018 conmemoramos los 200 años del natalicio de Karl Marx. Son estas unas palabras para saludar un magno acontecimiento.

Los académicos, en el mejor de los casos, solemos ser un puente entre los intelectuales de las letras y los científicos naturales, sociales y computacionales. Es decir, seguimos un camino que nos ata históricamente al mundo clásico griego donde los físicos fueron considerados como los filósofos de la naturaleza por el desarrollo preciso y poético de su método analógico de observación y síntesis.

Por ello, la mayor revelación científica en torno al complejo mundo de las relaciones del cosmos fue bautizada en el siglo I por el romano Lucrecio como De la Naturaleza de las Cosas, donde en un exquisito y extenso poema, en un libro maravilloso, plasmó la doctrina que, desde el Jardín de Atenas, el sabio Epicuro transmitía a sus estudiantes 300 años antes de Cristo, con base en las enseñanzas que habían sembrado Leucipo y Demócrito 150 años atrás.

Demócrito nos legó que el átomo es la forma básica por la que opta la naturaleza. Más radicalmente nos afirma que tanto el cuerpo como el alma están compuestos de átomos, es decir, de materia. Y que el conocimiento es posible porque de las cosas de la materia, emanan «simulacros» que al contacto con los sentidos generan sensaciones que traducimos en el mundo del lenguaje como conocimiento. En griego, átomo traduce esquema, idea, por tanto, el pensamiento primero.

En concordancia, como objetivo de su poema, De la Naturaleza de las cosas, Lucrecio manifiesta:

Me apresto a exponerte la misma esencia del cielo y de los dioses.

Te revelaré el origen de las cosas,

de dónde saca la naturaleza para crear, hacer crecer y nutrir

todas las cosas y adónde otra vez las lleva la muerte.

En la exposición de nuestra doctrina acostumbramos llamar

a estos elementos materia o cuerpos generadores o semillas de las cosas;

también los llamamos cuerpos primeros

porque el origen primero proviene de ello.

…Nada provine de la nada…nada va hacia la nada…

Con razón, en toda la extensión de la palabra, para encender la llama del conocimiento, apagada por el oscurantismo del Sacro Impero Romano Germánico, iniciado por el emperador Constantino en el siglo III al convertirse al cristianismo, para construir los siglos venideros desde las artes y la ciencia, en la conventual Europa del siglo XIV, optaron por una versión iluminista, que decidió textualmente volver a nacer: re-nacimiento; es decir, volver a Grecia de la mano de Lucrecio quien en el poema citado había expresado a su discípulo:

[…] tu mérito y el placer anhelado de tu dulce amistad

me comprometen a soportar toda fatiga

y me invitan a velar en las noches serenas

en búsqueda de las palabras y los versos

con los que pueda iluminar tu mente

y con los que penetres los profundos secretos de la naturaleza.

Es en esta época, bajo este contexto, en donde Rafael, Donatello, Leonardo y Miguel Ángel, antes de ser transmutados a tortugas ninja en esta posmodernidad líquida, plasmaron desde las artes de la pintura y la escultura documentos contundentes que abrieron el camino de la identidad, a las ciencias y al pensamiento que desde Martín Lutero y hasta la Revolución Bolchevique, enarbolaron las banderas de la razón, la libertad, la individualidad, la dignidad, la autonomía, la emancipación: LA FELICIDAD. Valores sin los cuales, 500 años después, producir ciencia no tienen sentido

En el planeta, 2017, marcó la conmemoración de los 500 años de la Reforma Protestante iniciada por el eclesiástico Lutero, que además de dar inicio a las iglesias reformadas, instala una revolución política planetaria a través en una disputa teológica, antesala del fin del imperio, y que da nacimiento al Estado Nación Moderno.

A la par, la impugnación luterana al principio medieval de la infalibilidad del Papa y la exclusividad del clero para interpretar la biblia, abrieron en el vulgo la necesidad de aprender a leer y escribir para darle su sentido laico a las escrituras. Método de interpretación que dio sus frutos mayores en la propuesta analítica propia del método científico de Rene Descartes, anunciado en la academia hasta hoy, como evangelio de la modernidad europea y etnocentrista: pienso luego existo, cogito ergo sum.

Allí nació ese dolor de cabeza de los graduandos que llaman monografía, trabajo de grado o tesis que obliga a pensar como hace 500 años, como si no hubiese pasado demasiada agua bajo el puente. Al contrario, y con tozudez, la academia se sigue bañando en el mismo río llevando la contraria al sabio Heráclito quien había proclamado lo contrario cinco siglos antes de Cristo y que hoy reivindican las ciencias de la complejidad, la física cuántica, la ciencia computacional contemporánea y el pensamiento emergente: nunca somos los mismos, ni el río ni los bañistas.

De nuevo Lucrecio y Epicuro:

En efecto, las cosas se componen de elementos eternos

hasta que llega una fuerza que, por su choque, o destroza

o se introduce en los vacíos dentro de ellos para desagregarlos,

y jamás la naturaleza permite que se vea el fin.

De idéntica forma proclama el marxismo, Todo lo sólido se desvanece en el aire… marxismo que bebe a profundidad en las aguas del materialismo de Heráclito, Demócrito y Epicuro: no en vano sobre Epicuro versó la tesis doctoral en filosofía del joven Karl Marx.

Menos en Colciencias y en el Ministerio de Educación de Colombia, apóstata de la ciencia, donde escriben una cartilla en la que proclaman que lo científico solo lo es, según su criterio, si pasa por una revista indexada, ganada no pocas veces en un cartel de la cita entre amigos de cafetería: tú me citas… yo te cito. Y a eso le llaman ortodoxia. Pues bien, como lo comunica un amigo, fundador de la agrupación política de Podemos en España, «Si los loros fueran marxistas fueran ortodoxos».

Así como la crisis de la democracia solo se resuelve con más democracia, la crisis de la ciencia solo se enfrenta haciendo más y mejor ciencia. Y allí, los maestros e investigadores desde la academia estamos llamados a jugar un papel protagónico. El compromiso que adquieren los estudiantes, al recibir su diploma de profesionales, les demanda continuar el proceso de formación paralelo al proceso de producción de conocimiento, de saber, de ciencia.

Esta sociedad colombiana, la más desigual del continente americano, bendecida por la naturaleza con el territorio más biodiverso del mundo, esta sociedad atávica de la guerra, necesita de saberes y conocimientos para que desde la unión sagrada del cerebro y el corazón que habitan nuestros cuerpos, la siembren con su sentimiento y pensamiento; parafraseando a nuestro Nobel, Gabriel García Márquez, Colombia necesita de una comunidad académica que posibilite una segunda oportunidad sobre la tierra, para que los descendientes de Aureliano Buendía no acepten la tentación de portar un arma, y que sus manos estén predestinadas a escribir poemas, a acariciar las páginas de los libros como agradecimiento por lo leído. Para hacer cuentas y proyectos empresariales que dan cuenta de una industria que reconoce los derechos de los trabajadores y de una contabilidad que presente un balance donde el Estado distribuya la riqueza entre sus 50 millones de habitantes con una opción preferencial por los más pobres, y no como ahora, en función de las élites, de los más ricos, los más cercanos al poder y la corrupción. Es esta una invitación a sentipensar.

Sentipensar que será ya de manera permanente un proceso de aprendizaje, desde una praxis, una acción reflexionada, una práctica de trabajo y oficio que entrelaza ciencia y sabiduría; cooperación y libertad; emprendimiento y sustentabilidad, democracia y creatividad; tecnología de punta y arte, interculturalidad y globalidad cósmica.

Los futuros científicos de este país sentirán la adrenalina que produce errar y equivocarse. Descubrirán con maravilla que en la ciencia errar no genera decepción, sino que errar es una hermosa posibilidad de aprendizaje. Y que el método cartesiano con el que trabajamos desde hace 500 años no solo está añejo, sino que es insuficiente y yerra. Los futuros colegas de la investigación científica habrán de potenciar el diálogo entre las ciencias duras, las ciencias de los números, las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales y computacionales, desde una suerte de interfaz cultural con el patrimonio cognitivo de las culturas ancestrales y originarias. Ciencias todas que debiesen ser ciencias de la vida fundadas en los principios de autoorganización, interdependencia, sustentabilidad, complejidad, atracción, movimiento, incertidumbre, globalidad, diversidad, borrosidad…

Futuros científicos que comprendan que la divergencia, la polémica, la diferencia, la disparidad de criterios, la multiplicidad de miradas y posturas que se provoca y desea en las ciencias, también son necesarias y vitales para construir una sociedad colombiana del tamaño de nuestros sueños… ¡de sus sueños!

Porque como lo expresa el maestro y biólogo molecular chileno Humberto Maturana,

[...] las conductas humanas se constituyen desde los deseos, desde las aspiraciones, desde las envidias, desde los enojos, desde el amor, es decir, desde las emociones y no desde la razón; el potencial existencial está dentro de nosotros mismos como lo están los flujos cíclicos de la materia y energía generadores de la mirada de posibilidades, que como co-creadores, debemos traer a la existencia.

Y como lo expresa con potencia poética el intelectual mexicano, Octavio Paz, «estamos ante un conocimiento nuevo, no sujetos a la lógica del método científico y a una realidad que no es ni prodigiosa ni milagrosa, simplemente es».

No pueda dejar de traer e invocar al director de mi tesis doctoral, al maestro y amigo Francisco Gutiérrez quien hace poco partió en un viaje cósmico hacia su atomicidad básica:

Frente a la lógica racionalista que niega lo sagrado y la subjetividad y en nombre del desarrollo y del progreso que saquea la naturaleza y mata la vida, el paradigma emergente se caracteriza por la promoción de una lógica racional autoorganizacional que lleva al ser humano a redescubrir el lugar que le corresponde dentro del conjunto del Universo.

No debemos olvidar, los actuales y futuros investigadores, poner en las mochilas de científicos una alta dosis de espiritualidad, cualquiera sea la idea que nos re-liga al cosmos. No hay ciencia sin espiritualidad. Es el poder espiritual el que otorga sentido a todo el universo y consiguientemente a todos los elementos que conforman el universo. Y es así, porque como parte del universo, todos hacemos parte de la trama de la vida, porque estamos interconectados en red, como bien lo expresa el científico y físico, Frijot Capra, quien añade que la cuestión central no es de orden tecnológica sino de valores. El reto del siglo XXI será el cambio de sistema de valores, de modo que sea compatible con los imperativos de la dignidad humana y la sostenibilidad del planeta.

Ello significa caminar por la vida como lo hace la ciencia, desde el gozo intelectual y la recreación del instinto. Que la racionalidad instrumental no nos robe la más hermosa animalidad que nos heredó la sabia naturaleza: el instinto.

Y caminar por esta vida como aprendientes y no como sabientes. Iremos constatando con los sabios griegos que solo sabemos que no sabemos, porque lo que nos guía es la incertidumbre y no la certeza. Y por ello en el nuevo caminar descubrir con los pies, que conocen tanto como el cerebro, que no hay un solo camino ni en la ciencia ni en la vida. Que en la ciencia como en la vida somos artesanos que tejemos sin detenernos, en un eterno retorno donde no extrañamos la verdad sino las preguntas. Esta no es más, pues, que una alegoría del maestro Fernando González y su Viaje a pie, ojalá con la fuerza irredenta de Débora Arango. Preguntas para caminar por la vida y la ciencia sabiendo que la objetividad no existe, que la realidad se construye y es plural y que la belleza y la bondad de la ciencia, del camino y del caminante están en su subjetividad. En la subjetividad de quienes hacen ciencia.

Conocimiento y caminar con y desde la pluridiversidad, como un proceso polifónico y multicolor, que exige ejercitar la libertad para pensar y celebrar la vida desde el saber y la ignorancia. Y digo desde la ignorancia porque el Estado que la provoca es el mismo que la castiga.

La brecha denunciada entre los que más tienen y los que menos tienen solo tenderá a disminuir si los que menos tienen acceden al goce efectivo de una de educación de calidad. Asistimos a una sociedad global del conocimiento y a una revolución tecnológica que no sabemos a dónde va, pero que sabemos inevitable en medio de un futuro planetario radicalmente incierto.

José Miguel Sánchez Giraldo
Medellín, mayo de 2018

Educador Popular

Profesor investigador, Corporación
Universitaria Remington